jueves, 19 de mayo de 2011

DOS NOTICIAS QUE NO IMPACTARON AL MUNDO (crónica)

NERVIOSA INTRODUCCIÓN

         El diablo anda metiendo la cola y no nos damos ni cuenta. Este fin de semana aparecieron dos pequeñas notas periodísticas que me dejaron aterrado. De la primera tuve conocimiento en la casa de los padres de Paola; la otra la leí por la noche, en mi casa, recostado y tembloroso. La primera de ellas habla de un hecho que ocurrió en Chile, en la ciudad de Nueva Imperial; la otra nota habla de un hecho acaecido en Francia, en la localidad de La Verrière, al suroeste de la capital parisiense. Dan cuenta de circunstancias tremendamente distintas, pero al mismo tiempo sorprendentemente semejantes. Quizá no esté de más agregar que al término de la segunda noticia la sombra de un gato se escamoteó por la cortina de la ventana. En el contraluz parecía un gato/caballo. Alterado, me paré por instinto y fui hasta la pieza de cada uno de mis hijos. Los besé en la cabeza y me dije: el diablo anda metiendo la cola. Que Dios nos pille confesados.

PRIMERA NOTICIA


         A las afueras de Paris, en un sector de viviendas sociales, un hombre de origen africano se levanta durante la madrugada a darle el biberón a su hijo. Está desnudo. Su mujer viene saliendo desde la cocina. Lo ve y lo confunde con El Mandinga. Grita: “¡el diablo, el diablo!”. Toma un cuchillo y lo hiere en una mano. Como la familia vive hacinada y se trata de una casa de divisiones frágiles, se levantan nueve personas, familiares entre sí,  que estimuladas por la histeria de la mujer proceden a sacar al hombre forzosamente del departamento. Éste, desnudo y ensangrentado, comienza a golpear la puerta tratando de reingresar.
Lon once inmigrantes –entre ellos un niño y un cuatromesino-, aún creyendo que efectivamente se trata del colúo, huyen aterrados saltando por el balcón, lo que provocó fracturas a varios de ellos. El bebé de cuatro meses murió.
La investigación para esclarecer lo ocurrido se encuentra a cargo de la fiscal Odile Faivre, de la Fiscalía de Versalles. La Policía, que no ha encontrado drogas ni tampoco pistas de que se estuviera celebrando en la casa una sesión de espiritismo, ha detenido tanto al padre de familia como a otro hombre que estuvo escondido varias horas en unos arbustos, a unas casas de distancia.
Hasta allí la nota.

SEGUNDA NOTICIA
En la Provincia de Cautín, Región de la Araucanía, regresaba a su hogar el campesino Agustín Silva, después de un largo día de caza. Se le veía contento pues había atrapado una abundante y variada fauna, lo que le permitiría holgazanear, libar y fornicar, durante tres a cinco días. Dejó su escopeta apoyada en una pared, mientras se dirigía ganoso a guardar lo cazado en la nevera. Vuelve por el arma cuando ve, con terror, a su hijo de dos años tratando de manipularla. Velozmente intenta recuperar el peligroso objeto. El niño ofrece cierta resistencia. El arma se dispara impactando a su esposa, Erna Maniqueo, quien a los quince minutos muere desangrada. Ambos cónyuges tenían, al momento del hecho, treinta y ocho años de edad.
Hasta allí la nota.

ATERRADORAS SEMEJANZAS


         Yo estoy asustado. Ambas notas han tenido un tratamiento menor en la prensa mundial y nacional, siendo despreciadas como cita cómica en los prensa digital –el primer hecho- o en un minúsculo párrafo, en el caso ocurrido en Nueva Imperial.
          Sin embargo, estos hechos inconexos que ocurren en continentes distintos, guardan ciertas semejanzas. Ambos ocurren el día 24 de octubre de 2010. Ambos se desarrollan en sectores culturalmente discriminados: inmigrantes africanos, en el primero; mapuches, en el segundo. En ambos hay un núcleo familiar que se enreda en el desarrollo de los hitos desgraciados compuesto de padre, madre e hijo. En la historia gabacha al hombre lo confunden con el demonio; en la historia sureña, cabe citar un dicho nacional que dice: “las armas las carga el demonio”. Los sectores geográficos también están fuera de la capital, es decir, son sectores en donde no se toman decisiones importantes, sino que más bien recepcionan las órdenes metropolitanas. Ambos están al sur de sus países.
Pero hay algo más estremecedor: en ambas noticias intervienen protagónicamente niños. En el primer caso, un bebé de cuatro meses al que su padre iba a dar su leche y que por una confusa situación termina muriendo al ser lanzado por un balcón. En el segundo evento, aparece un niño de dos años que manipula una escopeta y que por ello da rienda a una exagerada reacción paterna en la que acaba muerta su madre araucana. Leídas ambas, es imposible no recordar el relato espeluznante de Ray Bradbury, que aparece en El País de Octubre, y que se titula “El pequeño asesino”. Se trata de una mujer –Alice- que se convence de que su pequeño hijo recién nacido quiere asesinarla. Todos la tildan de loca. También la encuentra perturbada David Leiber, su marido, quien hace todo lo posible por tranquilizarla e incluso la lleva hasta un psiquiatra. Finalmente, Alice muere. Su marido llega a la certeza de que su hijo es el asesino y lo bautiza como Lucifer. Al final del cuento, y al borde de la demencia, David se lanza a la cacería de su hijo demoníaco, con un escalpelo, en clara motivación parricida. Termina el relato.
        

IMAGINACIONES


         En la primera noticia, me imagino al africano/francés siendo despertado por el llanto diabólico y madrugador de su hijo de cuatro meses. Él, encañado, desnudo, solícito padre, acude hasta la cocina para preparar un biberón que le traiga el dulce sueño al niño. Pero el bebé es Satán. Sabe que su madre escuchó antes su llanto y ya está en la cocina. Entonces, a través de sus poderes del Mal, transforma el aspecto de su progenitor y le da a la piel un color rojizo, lo provee de cachos de cabra que nacen desde sus orejas. Le arquea y profundiza las cejas. Le instala cola de dragón. Así, ignorante de todo, se dirige el hombre con su nuevo aspecto, haciendo lo que todo hombre semidormido y desnudo hace: rascarse los testículos. Llega hasta la cocina y su mujer lo ve. Es el diablo en persona. El hombre la mira sonriente sin percatar nada. Entonces la mujer lo ataca o se defiende con un cuchillo. Se levantan los demás y ven a la mujer lidiando con Belcebú. Desesperados logran extraer de sus brazos de esclavos fuerzas extrahumanas y lo sacan de la casa. Están aterrados. El hombre, sin saber de su apariencia, está perplejo. Empieza a decir en un francés negroide: “¿pero qué pasa? ¡Déjenme entrar! ¡Se volvieron locos!”. Pero su voz, transmutada por el bebé luciferino, no se externaliza como una voz humana. Por el contrario, es un rugido de los infiernos el que tras la puerta. La gente se aterra y se lanza desesperada por el balcón. La guagua demoníaca muere, pero no importa. Siempre renace. Su Padre, el Príncipe de los Infiernos, lo espera escondido entre los arbustos.
         En la segunda noticia, me imagino a esa misma pequeña criatura del Mal, al mismo tiempo que la primera noticia (El Maligno puede estar en varios lugares a la vez), transportado en el espacio e instalado en el sur de Chile. Ha esperado a su putativo padre. Sonríe con la blancura de sus dos años, pues sabe que hoy habrá sangre. Ve llegar a ese hombre de treinta y ocho años que de tanto trabajo parece de cincuenta, con un sucio saco repleto de conejos, liebres, tórtolas y codornices. Ve el arma que es una escopeta monotiro heredada en cadena desde el bisabuelo. Espera a que la apoye. Sabe que siempre hace lo mismo: el padre deja el arma y luego sale de la escena para dejar el saco con animales muertos en la cocina, a fin de que Erna Maniqueo, la madre, prepare la salmuera en las que sumergirá los cuerpos a fin de limpiarlos y ablandar la carne. El niño maligno toma el arma y espera, pues su padre siempre dice: “las armas las carga el demonio”. El niño lanza mentalmente una carcajada por la frase y piensa: “sí, las armas las cargo yo”. El padre lo ve. Se abalanza para quitarle la escopeta. El pequeño Satán no se desprende del objeto sino que espera a que la salida de proyectil se encuentre en la dirección correcta, es decir, el cuerpo de la madre. Entonces entre su padre  y él, o uno u otro, o los dos al mismo tiempo (¿qué importa?) aprieta el gatillo y le da directo en el rostro a Erna. El arma cae al suelo. El hombre intenta reanimar a su mujer. El niño ríe. Esa maldita bestia del mal ríe. La mujer, después de quince minutos, muere.


FINAL

El diablo anda metiendo la cola y no nos damos ni cuenta. Transmutándose en niño o árbol puede asesinar a los desprotegidos. Que el Señor nos pille confesados.









Hoy murió el pulpo Paul.

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