Recuerdo ahora los versos del mexicano Amado Nervo que aprendí en mi infancia: “porque veo al final de mi duro camino/ que yo fui el arquitecto de mi propio destino”. Cuatro vidas de cuatro muertos se reseñan en estas notas. Para mí la vida de Sábato y de Gonzalo Rojas son sublimes; la de Osama bin Laden, bien rara. Finalmente está la vida absurda del viejo Andrés, coronada por su deceso que nadie lloró.
Preciso es añadir que si bien cada uno labra su destino, lo hace conforme a lo que la circunstancia le presenta. El azar lleva a que algunos encuentren en el abanico del provenir variados colores; para otros, el día a día si no ofrece pichí ofrece caca, y muchas fortuitas casualidades, más unos gramos de arrojo o de ingenio, podrían presentar un panorama menos magro. Pero eso casi no ocurre. Pero a veces pasa.
1. Gonzalo Rojas
En primer lugar no pongan flores encima, pongan aire,
aire fresco, a ver si esa transparencia ayuda al ocioso
que ya no duerme ahí y sin embargo duerme
vestido con ese traje que en 3 meses más será pura desnudez,
puro caballo sin hueso corriendo en ninguna dirección,
y además no lloren, ¿qué sacan con llorar?,
¿con ser qué sacan?, el resurrecto es otra cosa
y ahí va remando despacito
(Cuerdas Inmóviles)
Parecía una guagua gigante. Tenía las mejillas rosaditas de los que vienen del sur de Chile. Con lo pelado y gordinflón que era, si hubiese sido cardenal pasaba colado. Tenía labios de negro de Harlem. Y voz ronca, como salida a la fuerza por una tráquea muy pequeña, pero al mismo tiempo el sonido de su voz era vigoroso y elegante. Si Nicanor Parra se paraba a su izquierda hacían un perfecto 10. En su infancia, Gonzalo debe haber sido el gordito abuelado que lleva el pantalón afirmado en la mitad de su vientre y al que todos sus compañeros golpean en el hoyito patá.
Ya treintón, supo codearse con el poder, aunque mantuvo siempre un grado de disidencia y escasa obsecuencia. Fue amigo o conocido de cuanto patricio existe de las artes o de la política, aunque es preciso reconocerle la valentía para manifestar públicamente su cariño hacia quienes eran marcados de amarillo por la ortodoxia marxista de los ’60, cuestión nada fácil de enfrentar en tiempos en donde ser escritor y no ser oveja, era mal visto. Tal vez comprendió tempranamente que el talento no basta para poder llegar al pináculo de los premios literarios, y que el timmonel será siempre de los ricos, aunque los pobres se llenen de una frágil esperanza con eso del poder popular. Tal vez fue consecuente, entendiendo por consecuencia hacer lo que el corazón manda, sin mirar costos en ello.
Debo confesar que cuando empecé a escribir poesía y a relacionarme con los poetas renquinos, me di cuenta que todos queríamos ser Gonzalo Rojas. Un aprendiz de versero me prestó la “Antología del Aire”, y quedé impregnado, desde entonces hasta ahora, con esa poesía caliente, sensual, mística. Pensaba: cómo escribir así. Ahora que he publicado siete libros sé que nunca he podido y nunca podré.
Rojas escribía en hojas grandes. Nos aconsejaba hacerlo así en una charla en Coquimbo en donde habíamos seis personas, de las cuales dos se retiraron a la mitad. Era amable, pero siempre te miraba desde las alturas como diciéndote “yo soy Gonzalo Rojas y tú no eres ni siquiera Charly García”.
El hecho más curioso que viví con su poesía, se desarrolló en el aeropuerto de Punta Arenas. Me encontraba en esa ciudad por asuntos de trabajo. El día que relato era un día de julio en que me venía a Santiago. Tomé muy temprano un taxi desde la hostal en la que me hallaba alojado para ir al arribo del avión. Nevaba suavemente. Me bajo del taxi. En la entrada del edificio empiezo a ordenar mis bolsos. Entonces, sobre un basurero/cenicero, diviso un libro de Gonzalo Rojas cuyo título rezaba “Cinco Visiones”. Miré hacia los lados y no había moros ni cristianos ni puntarenenses a la redonda. Me lo guardé. Ya en Santiago, en mi casa, abro mi bolso, extraigo el libro y me percato que está autografiado por el propio vate con su letra inconfundible. Decía: “Para …, Gonzalo Rojas, 27– VI-2005”. Me sobrecogió entonces una leve tristeza, pues pensé en la desgracia del huevón que lo perdió. Me puse en su lugar. Hace unos días, al enterarme casualmente de la muerte del poeta (estaba comprando pilas), me acordé del libro, imaginé al individuo que lo extravió, sospeché que el saco de bolas estaría acordándose ahora más que nunca del objeto malogrado. Me volvió a dar penita. Luego me cagué de la risita. Luego nuevamente me dio penita. Así es la bipolaridadcita.
Por último, leo en La Tercera del 30 de abril de 2011 una de las últimas entrevistas de Rojas en donde define a Neruda como un niño arribista –cosa que no me sorprendió-. Pero además relata una guerrilla literaria con Parra ocurrida por el año sesenta y tantos, en donde Gonzalo, picado por un poema de Nicanor dirigido en su contra, a la hora de almuerzo llega a su casa en Concepción y dice: “Ustedes almuercen. Yo le voy a contestar a este huevón, pero no le voy a contestar en su humorismo barato; le voy a contestar en un humorismo de la tradición española”. Me parece todo esto divertido, intenso, sublime. Caliente el viejo, y además vengativo. Todo un poeta.
2. Osama bin Laden
La yihad (guerra santa) continuará incluso si yo no estoy.
(entrevista a bin Laden a un diario paquistaní, en septiembre de 2001)
Ayer informaron los medios de la muerte del líder de Al Qaeda (La Base), y archienemigo de los gringos, Osama bin Laden. Le pegaron un pulento balazo en la frente. Dicen que la mujer de Osama lo cagó. Claro, los rambos de los Navy Seals entraron y se encontraron como con 30 Osamas bin Laden, todos flacos, de turbantes y barbudos. Los panzer disparaban pero querían dar muerte al original y no a los clones. Bin Laden, el real, comenzó a realizar el paso lunar y estaba pasando inadvertido entre tanta sangre y bala, cuando a su mujer se le ocurre gritarle: “Osama, nos atacan”. El pobre saudí (que de pobre nada tenía) quedó helado, quiso taparle el hocico de un charchazo, pero ya estaba pedido. Entonces fue cuando una bala certera en su frente disparada por Arnold Schwarzenegger lo mandó directo al cielo de Alá.
Los analistas concuerdan en que quizá desde hace unos nueve años Osama no mandaba ni a su perro, y que Al Queda no pasaba de ser un grupo de estudios religiosos, algo así como una versión musulmana de la Papa Podrida. Sin embargo su muerte en Abbottabad lo convierte automáticamente en mártir, y no faltarán los miles de jóvenes islámicos que llevarán poleras con su imagen o tatuarán el rostro del jeque en sus brazos, de la misma manera como soñadores y pintamonos hediondos de todo el mundo llevan la imagen del Che en cuanta mierda de soporte lo permita.
Otro gran tema con la muerte de don Binito, tienen que ver con la legalidad del operativo. Obama dijo que se había hecho justicia y lo repitió con toda su cara de weón, Piñera. Pero como bien dice el periodista británico Robert Fisk, “justicia significa debido proceso, una corte, audiencia, una defensa, un juicio con garantías. Haberlo capturado y ponerlo a disposición de cortes internacionales. En cambio, Osama bin Laden fue sencillamente ejecutado”. En Estados Unidos uno de los pocos que se atrevieron a criticar la celebración en la llamada Zona Cero, fue Michael Moore, quien también calificó el hecho como ejecución. El documentalista dijo: “hemos perdido el alma”.
¿Hubo necesidad de matarlo?, ¿se le conminó a la rendición?, ¿fue proporcional el disparo letal si, como señalaron los propios gringos, Osama se encontraba desprovisto de armas que justificaran abrir fuego en su contra? Por otro lado, es preciso preguntarse si existió de parte de Pakistán autorización para matar a este Cuco venido a menos. Los surasiáticos son históricamente rastreros a los intereses del Imperio, y en el seno de su poder político se baten las fuerzas armadas con las de inteligencia, que a su vez internamente presentan divisiones entre aquellos altos jerarcas de tendencia pro yanqui, con otros abiertamente contrarios de los gringos. No han dicho mucho y nada dirán, salvo alguna pálida declaración o una desanimada nota de protesta. Tienen shusto, pues se les acusa de haber sabido del paradero del guerrillero religioso y quedarse mudos. Sin embargo, hay que ser claros: para realizar una acción militar de la naturaleza de esta carnicería, y habida cuenta del peludo tema de la soberanía territorial, se requiere a lo menos una autorización por parte de quienes son el gobierno legítimo, cuestión que en la especie no se dio.
Lo cierto es que bin Laden no tuvo la suerte de Saddam Hussein: un juicio aparente y una horca mundialmente televisada. Es decir, Osama una vez pillado estaba recontra solicitado por don Sata, y llegaría indefectiblemente a ese país pintado por Il Bosco en el tríptico llamado “El Jardín de las Delicias”, lugar al que ustedes, queridos papapudridenses, también tarde o temprano llegarán, si Alá y los Estados Unidos quieren, claro.
3. Ernesto Sábato
La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que seria, así, una especie de despertar. Pero despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio
(extractado de El Túnel)
Parecía una hormiga con lentes. Era hijo de inmigrantes italianos. Llevaba el nombre de un hermano muerto. Era extremadamente piti.
Se formó intelectualmente en el mundo de la física, la racionalidad, las matemáticas; sin embargo, el mundo de la imaginación y de la bohemia, lo perseguía como las curvilíneas sirenas a Odiseo. Al respecto, el cieguito escribe: "Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos". Se decepcionó del marxismo y de la ciencia; optó por el anarquismo y el nihilismo. A la razón antepuso el mundo onírico y a la ecuación, la libre asociación mental; la literatura por sobre la ciencia. Dijo: “Yo creo que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza, cuentan más”.
Creo que conocí una buena parte de su obra. Me confieso un sabatiano. Pero también sé que a los 99 años no queda mucho más que pedirle a la vida. Uno ya se preguntaba: cómo tanto.
También el viejito tuvo su polémica: almorzó con el dictador Jorge Rafael Videla (junto a Borges), así como Nicanor Parra, en plena guerra fría, tomó té de la India con Pat Nixon, esposa del mandamás norteamericano (lo que le valió que el régimen castrista hiciera antimateria con su antipoesía, hasta hoy. Idem la Sech, el pc chileno y todos los idiotas evangélicos de siempre). Ese almuerzo con Videla trajo a Sábato numerosas críticas. Osvaldo Bayer, anarquista santafecino, lo acusó de “formar parte de la hipocresía argentina”. En mi parecer, Sábato sí fue utilizado en esa trama ideada por los militares argentinos de acercarse a la gente, eligiendo como presas a intelectuales y artistas. En ese mismo discurso, por ejemplo, otro gorila, el general Roberto Viola, años después de lo que relato, se reunió con los veinteañeros integrantes de Serú Girán so pretexto de acercarse a la juventud, aunque ellos, para pulverizar creativamente esa pantomima castrense, posteriormente grabaron “Encuentro con el Diablo”, y se lo cagaron. Sábato habló bien de Videla. Dijo que hubo un trato respetuoso. Parece que el mundo onírico lo nubló, pues olvidó a los torturados y a los torturadores; a los desaparecidos y a los carniceros; no se acordó de todos los engendros del régimen criminal. (Años después, eso sí, Ernesto se reivindicó presidiendo la comisión creada por el presidente Raúl Alfonsín, que elaboró el Informe Sábato, la que dio cuenta de gran parte de las atrocidades de la dictadura trasandina).
“La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”, decía. ¿Qué habrá pensado acerca de su muerte inminente o ya el tatita estaba tan pedido que no tuvo ni tiempo de preocuparse de esas cosas, pues debía tomarse su medicina? Lo cierto es que paró la chala en Santos Lugares, y con él se apagó una de las obras y de las personalidades más originales de la literatura hispanoamericana.
4. Por último, el viejo Andrés
Me voy a morir, y el pico se me va a pudrir
(Refrán popular)
Era un curadito súper odioso que pasaba la mayor parte del tiempo en su casa. Hace quizá un par de décadas su mujer y sus dos hijas lo habían abandonado debido a su etílica adicción, además de su tendencia a boxear a su mujer y a su prole cuando estaba chamberlein.
Viviendo en el abandono, su casa no necesitaba terremoto para estar en ruinas. Recolectaba cartón y lo vendía, lo que era su única fuente de dinero. Si alguien me hubiese dicho que ese lugar era un basural del sector, yo lo habría creído.
El viejo, de tanta soledad, necesitaba hacer sus shows. Mujer joven que pasara por su vereda era lapidada por lascivias palabras y grotescos gestos propalados por Andrés. Más de algún combo de un machote poblacional se ganó por su posesa bocota.
Lo más notable de su existencia –y lo que generaba mayores rabietas de sus coterráneos- era que orinaba y cagaba no sólo con la puerta de su baño abierta, sino que además con la puerta que daba a la calle, lo que generaba que su avejentado pene y su raja enmierdada fueran vistos por todos los que transitaban frente a su miserable posada, especialmente niños, sacerdotes, bomberos y travestis.
Murió el mismo día que Sábato. A la mañana siguiente a su deceso y por primera vez en dos décadas, se apersonó su cónyuge y sus hijas, todas obesas y bigotudas. No fueron precisamente para velar al borrachito y darle la inmerecida cristiana sepultura, sino para limpiar la propiedad, botar escombros, pintarla, echarle espray y comenzar un proceso de venta. Nadie lloró al beodo Andrés. Ni yo. “Nadie dijo nada” ¿Alguien supo su apellido?
También murió el fin de semana pasado, la dirigente sindical María Rozas. Vayan mis respetos y mi admiración. Prometo escribir acerca de ella. Otra cosa: mañana toca McCartney en el Nacional.